Autor: Luis Alonzo Solís Andrade, maestro y ahora coordinador del Portal-Educativo


Como seres humanos miembros de una sociedad, tenemos un compromiso muy grande por los niños, niñas y jóvenes, ya que son las futuras generaciones que estarán al mando de nuestro país, por lo tanto es importante brindar las mejores oportunidades para su desarrollo personal que a la vez lo veremos reflejado en nuestra sociedad. La educación es la mejor arma para poder cambiar un país que se ve envuelto en problemas, es la base fundamental para poder proponer y buscar soluciones, y si está en nuestras manos poner un granito de arena para esta mejora ¿Por qué no hacerlo?, no importa que tanto hay que trabajar, o a cuantos involucrar, lo que esperamos es tener un buen resultado y sentirnos satisfechos de que no nos quedamos de brazos cruzados, y que tampoco lo hicimos para ganarnos un mérito, sino porque creemos que en cada niño o niña hay algo muy grande que hay que hacer crecer, para ver eso grandes frutos en un mañana. Este pensamiento lo he adquirido desde el momento que fui parte del equipo de la Fundación Consciente El Salvador, porque han logrado que no solo piense en mí, sino también en los demás, ya que actuando podemos hacer grandes cosas.

Ha sido una gran experiencia, la cual comenzó cuando aplique para formar parte de esta familia, siendo un proceso largo de espera, recibí esa llamada en la que me confirmaban que sería parte del equipo de docentes. Todo inició con las capacitaciones, que en un inicio esperábamos serian aburridas y que lo único que nos darían era información y más información. Pero la sorpresa fue para nosotros, ya que las “capacitaciones” eran una especie de convivios en el que compartíamos, nos divertíamos y aprendíamos muchas cosas.

Una vez se nos dijo, que para Consciente, lo importante era la socialización, esa capacidad de relacionarnos con otros, antes que los conocimientos que poseíamos, porque nuestra forma de ser, pensar y actuar la forjamos desde nuestra infancia y es nuestra carta de presentación, mientras que los conocimientos se aprenden formándonos en ello. De esta manera, la unidad y el trabajo en equipo se volvieron parte nuestra.

A medida pasaba este proceso, sabíamos que la visión de la fundación era grande, y que aparte del esfuerzo humano, la inversión que se ha hecho, solo demuestra el amor y el interés por el prójimo, sobre todo porque va inmerso la innovación, al incluir la tecnología como recurso para el aprendizaje, una herramienta de la cual se puede sacar el mejor provecho. Sin duda alguna, aprendí mucho durante esta etapa, aparte de que reforzamos aquellos conocimientos de matemática, aprendimos a ser uno, y a considerar que todos somos iguales y que cada uno de nosotros podemos apoyar aunque sea poco, pero eso poco será inmenso con la ayuda de todos.

Estos pocos días que hemos estado en las escuelas, hemos visto lo agradecidos que están los miembros de la comunidad educativa (docentes, estudiantes y padres y madres de familia), porque ven esa luz de oportunidad en el proyecto. Ahora que soy parte del equipo Consciente, he notado el compromiso que he adquirido, y no solo con la fundación, sino con los estudiantes, ya que cada día llegan con entusiasmo por saber que aprenderán algo nuevo, además de considerar que una computadora puede ser bien utilizada si se usa como recurso de aprendizaje.

He adquirido dos aprendizajes en estos pocos días de estadía en la escuela, ya que estoy a cargo de los grupos que usan computadora y los que no: en primer lugar a los estudiantes les fascina la idea de salir de lo común, y el uso de la plataforma es algo motivante para ellos; y en segundo lugar que el aprendizaje no tiene que ser aburrido, mientras más nos divirtamos aprendiendo, mejores resultados se obtendrán. Los niños y niñas son sinceros y expresan lo que sienten, una frase que no olvidaré es “…hoy la clase estuvo divertida, ¡ni hemos sentido el tiempo, y hemos aprendido mucho!”, esto demuestra que las cosas van bien, y nos impulsa a dar siempre lo mejor de nosotros.

Ser parte de la fundación Consciente, ha permitido tener otra visión de la educación, no somos maestros solo por un sueldo, sino porque tenemos ese compromiso social, y con este proyecto esto será efectivo. Es un gran beneficio que la fundación está haciendo con el sistema educativo, está siendo esa luz, para que las autoridades tomen conciencia que la educación debe ser prioridad, y que para salir de los problemas, hay que comenzar por identificar esas deficiencias, y tomar acción. Hoy comenzamos con el departamento de Morazán, pero la visión va más allá de eso, porque nuestro país entero necesita que se le brinde igualdad de oportunidades en el acceso a la educación y que esta sea de calidad.

Somos parte del Portal Educativo Consciente, y está en nuestras manos lograr que el proyecto sea efectivo, tenemos esa esperanza y motivación, y sé que nos esperan muchas otras experiencias de la cual iremos aprendiendo. Estoy seguro que al igual que los que tuvieron la idea de echar a andar al proyecto, nosotros también nos sentiremos orgullosos de los buenos resultados, porque hemos puesto nuestro esfuerzo ante una gran oportunidad para los niños, niñas y jóvenes de El Salvador.

Autor: Sebastiano Santoro. Voluntario del SCI en Consciente


Antes de partir por mi LTV (Long Term Volunteering) tuve un remolino confuso de ideas y motivaciones que volteaba en mi cabeza, pero a quien me hacía la usual pregunta ¿qué te empuja a partir? siempre contesté cáustico y monocorde, como aquellas voces registrada de operadores telefónicos, las mismas dos cosas: que la cooperación internacional fue el argumento de mi tesis de licenciatura y me habría gustado profundizar principalmente el conocimiento del sector con una experiencia en vivo.

La fecha de salida se acercaba y en aquel remolino confuso empecé a ver alguna imagen más nítida, alguna forma bien distinguida que fuera más allá de la usual cantinela; y los dos días de capacitación en Roma con el Servicio Civil Internacional me han ayudado a desenredar esta maraña. Conocer otros jóvenes procedentes de toda Italia que, como yo, estaban a punto de partir, confrontarse con sus miedos y expectativas y escuchar los cuentos de aquéllos que, en cambio, apenas acababan de volver de un workcamps (una tipo de voluntariado del SCI también), ha hecho luz sobre lo que tenía dentro de mí.

Partir para hacer voluntariado, más allá de todas las razones prácticas, es una decisión muy íntima. Nace de la intolerancia por algo, del deseo de fuga hacia otro rincón del mundo, de la búsqueda de otro lugar dónde todo parece tener un poquito más sentido.
Todos escapabamos de algo. Había alguien al que le apetecía viajar y a perderse por los continentes y ahora quería probar una experiencia nueva y meterse al servicio de los demás; quien, mayor de edad, con un trabajo en el banco y familia, decidía sacudirse de encima las cargas cotidianas y partir; quien era todavía demasiado joven e inseguro; quien escapaba simplemente de un amor terminado, peor si terminado mal, o quien escapaba del inmovilismo de un pequeño pueblecito de provincia.
Todos con una exigencia de cambio, de vida y de movimiento.

En cuanto a mí, he entendido que alrededor de esta elección orbitaron también motivaciones casi impensables y aparentemente inconexas. Dos en particular.
De un lado, las palabras de un viejo profesor de los últimos años de secondary school. Para comprender el tipo, fue uno de aquellos profesores que cuando se enfadaba eran apuros, pero al mismo tiempo fue uno de aquéllos que cuando te veía en dificultad al examen para aliviar la presión te preguntaba la nacionalidad de Maradona, el futbolista. A sus ojos era el alumno intocable: el diligente que nunca se equivoca, también cuando está abiertamente en error. Un día me confió que su proyecto, una vez en jubilación, era juntar un poco de dinero, tomar un barco y partir hacia la América central, Guatemala Honduras y El Salvador, no hacía diferencia por él, y una vez llegado allí comprar una pequeña casa sobre el mar, echarse a pescar y gozarse la jubilación bajo el calor de los trópicos. Contó anécdotas divertidas sobre las personas de estos lugares conocidas durante viajes anteriores, sobre cuánto fueran «buenas, auténticas y solidarios mutuamente», engastandolo como en un mosaico y trazando un perfil mágico y fascinador de esta lengua de tierra y las personas que la habitan. Quedé embrujado por buena parte de la adolescencia de sus palabras y de sus cuentos.

Del otro lado, la imagen de una planta: la bouganvilla. Cuando era niño crecía alta y lozana en la casa al mar, donde iba con mi familia todos los veranos . Me parecía estupenda, con sus pétalos de un morado encendido, y que cuando caían al suelo me acuerdo que se formaba como una alfombra suave. Me gustaba caminar entre esos pétalos, aunque pronto llegaba mi madre, atenta al orden y a la limpieza, y siempre los barría. Un día, hace muchos años, la cortaron para hacer espacio a un ficus y de ella sólo queda un recuerdo. Ahora bien, creciendo he descubierto que esta especie es originaria de América latina; de allí ha sido tomada y trasplantada sucesivamente hasta aquí, en Europa, por mano de un botánico francés que la estudiaba. Ir a América latina, poder volver a ver aquellos colores encendidos, oler su perfume y caminar sobre los pétalos caídos al suelo, fue como cumplir deseos escondidos que tuve desde hace tiempo. Como si tuviera la ilusión que este gesto pudiera anular la distancia temporal entre el niño que fui y el hombre que ahora soy.

En fin mis motivaciones eran varias, algunas muy íntimas, y también me daba vergüenza confesarlas a mis colegas, pero de hecho después de la capacitación con el SCI, tenía las ideas un poquito más claras y aún más estaba convencido en partir y emprender esta nueva experiencia. ¿Dónde? En América latina; no tenía preferencias en la elección del país pero prefería el Centro América. Analizando las propuestas del SCI al final elegí un proyecto en El Salvador, efectivamente, en San Francisco Gotera, la capital del departamento de Morazán, uno de los más pobres del país y teatro de choques entre la guerrilla y el ejército regular en la reciente guerra civil de los años ochenta.

Antes de partir, El Salvador para mí era un nombre confuso, tampoco sabía cómo pronunciarlo: ¿debo de poner la tilde en la penúltima o en la última sílaba? Un nombre que asocié básicamente con tres cosas: el país con la más alta estadística de homicidios diarios al mundo, afectado por el morbo de las pandillas criminales; uno de los países originarios de la bouganvilla (que allí llaman en realidad veranera en honor a la temporada en la que florece) y un país donde la gente es «buena, solidaria y auténtica”.
Eso era todo lo que sabía, nada más: indudablemente poco y bastante contradictorio, y os dejo imaginar los comentarios a casa sobre el primer punto. El deseo de partir era fuerte y también estaba movido por una obstinada voluntad de profundizar el asunto – ¿El Salvador es sólo violencia y criminalidad? – y juzgar las cosas con mis ojos, no confiando sólo a las estadísticas que circulan en los periódicos y en internet. Ahora que he vuelto a Italia, después de cinco meses de voluntariado, me siento más «pesado» y no es sólo la balanza que me lo dice. He entendido cuánto puede estar escondida y ser profunda y rica de agradables sorpresas la realidad de un país tan pequeño (la superficie total de El Salvador no llega al tamaño de la región italiana Emilia Romagna). Un país al mismo tiempo tan complejo y con mil almas, aunque solo llegue a la atención extranjera la imagen negativa. Un país que he empezado a conocer, apreciando sus contradicciones porque <<todo es posible en un país como éste que entre otras cosas, tiene el nombre más risible del mundo: cualquiera diría que se trata de un hospital o de un remolcador>> (como dice Roque Dalton, el poeta salvadoreño más conocido) rico de historia, cultura y humanidad, que me ha adoptado, literalmente.

He tocado con mano algunos objetivos imprescindibles de la Agenda 2030 por el desarrollo sostenible, encontrando el modo, después de muchas teorías estudiadas en la universidad, de salir de los libros y dar un rostro concreto y una historia personal a algunas de sus problemáticas.

Si por ejemplo pienso en el primer objetivo, «Poner fin a la pobreza en todo el mundo»,  recuerdo el gris que cubría las paredes de las casas en los barrios pobres en Guatajiagua, Cacaopera o Gotera. He dormido en casa de personas buenas como el pan (o por El Salvador iría mejor la comparación con la tortilla), auténticas y puras como el agua, pero obligadas a vivir en chabolas con frágiles techos de tejas o láminas de hierro. Sin adecuadas condiciones higiénicas, sin los servicios sanitarios y hídricos esenciales y con familias numerosas apiñadas en pocos metros cuadrados. Esta falta material pero choca con su inmensa hospitalidad, una virtud antigua que aloja donde hay humildad y curiosidad de conocer al extranjero. Una hospitalidad tal que me hizo olvidar la lejanía de casa; hecha de cosas pequeñas: de comida compartida y de esfuerzos comunes para extraer el barro negro (típica producción artesanal de cerámica del pequeño pueblecito de Guatajiagua) o para recoger el agua del pozo; hecha de sonrisas simples cuando te despiertas por la mañana; de abrazos fraternos y de preciosos regalos cuando tienes que despedirte. Pequeños gestos pero que te amplían paulatinamente las paredes del corazón. Siempre he pensado que la casa no es sólo un aglomerado de cemento, agua y ladrillos pero hay algo más: un modo de ser, una sensación de seguridad, una forma de amor, es cierto.

El objetivo número 4 (de la Agenda 2030 por el desarrollo sostenible), «Educación de calidad», tiene el rostro de cada miembro del equipo de «Consciente», la ONG en la que he estado estos cinco meses, y de la infinidad de personas que la orbitan alrededor. La educación es un instrumento importante para permitir el desarrollo de un país y Consciente tiene un sueño ambicioso: plasmar una educación más participativa, crítica y creativa en un departamento, aquel de Morazán, donde el nivel cualitativo es bajo, y además jóvenes están obligados a dejar los estudios por razones económicas antes de acabar la escuela primaria o la escuela secundaria. Con este propósito, la organización ha ideado, junto con un equipo suizo, una serie de proyectos enfocados en la concesión de becas, en  la enseñanza innovativa de la matemáticas, y mucho más. El universo de jóvenes que benefician de estos proyectos es infinito, cada uno de ellos tiene una historia personal difícil pero también el sueño de terminar los estudios para dibujar un futuro mejor para ellos, para la familia y para el país entero, porque – como alguien del equipo Consciente una vez me dijo – «la educación no cambia el mundo, pero cambia las personas que un día cambiarán el mundo”. Pero el objetivo número 4 también tendrá la cara de los chicos y las chicas que han participado al pequeño curso de lengua italiana que he desarrollado personalmente en la sede de la ONG. El curso se ha transformado en un espacio de aprendizaje, de circulación de ideas y de pensamientos generales, donde hemos estudiado algunas reglas básicas de la lengua; hemos cantado a tope (con considerable desaprobación de los vecinos) canciones italianas; nos hemos emocionados viendo la película «La vida es bella» – y se me heló la sangre cuando me preguntaron si era verdad que, en Italia en aquellos años, la retórica política hablaba de hombres en términos de razas, como se hace allí con los animales – y hemos cocinado la receta romana de la Carbonara y preparado el café espresso napolitano.

Por último, tuve ocasión de vivir en persona la importancia del objetivo número 5: la «igualdad de género», es el sueño incumplido de muchas mujeres que han sufrido violencia física y psicológica, que han sido violadas o acosadas verbalmente, o de las a que han negado el derecho al estudio. Mujeres que luchan contra un sistema que amarra sus alas desde la infancia. Fue con ellas que compartí la marcha del 25 noviembre, el Día Mundial de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, para reclamar derechos e igualdad de trato. Un lugar especial en mis recuerdos es la expresión contraída en una mueca: dolor y liberación, los ojos oscuros, enrojecidos e hinchados de lágrimas. Era Imelda Cortez, justo fuera de la sala del tribunal donde finalmente fue absuelta de la acusación de intento de asesinato infantil. La historia de Imelda, una chica de 21 años, se ha convertido en el símbolo de la lucha feminista salvadoreña. Abusada sexualmente por su padrastro durante diez años, quedó embarazada con diecisiete años y decidió seguir adelante con su embarazo, sin dejar los estudios y trabajo. Llevaba ocho meses de embarazo cuando un día, de repente, los dolores, el nacimiento espontáneo en el piso sucio de la choza donde vive, el cordón umbilical roto, la pérdida de sangre y la loca prisa de llegar al hospital. Ahì milagrosamente se salvó la joven mujer. Desde luego la llamada de los médicos a la policía, alarmados de estar involucrados en el crimen del aborto, que en El Salvador es un crimen equivalente a un homicidio. Comienza el asunto judicial. Imelda fue amenazada por su padrastro mientras estaba hospitalizada y se vió obligada a cumplir 18 meses de prisión preventiva en una de las peores cárceles del país. Pero la pesadilla se acabó: fue absuelta a mediados de diciembre gracias a las protestas de las ONG locales (incluyendo Consciente) y la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. Su rostro contraído, visto en el rodaje de la televisión local, pero también en los artículos de periódicos internacionales, y su historia representan la mayor lección de feminismo que he recibido hasta ahora.

En definitiva, la belleza del voluntariado son precisamente los recuerdos que llevas contigo: cada día tiene mayor densidad y cuando regresé, en el avión por primera vez, sentí con un peso de eventos y experiencias que difícilmente se pueden manejar. Estaba conmovido y mi alma estaba particularmente febril y porosa, de modo que cada pequeña vibración emocional se conviertía en una sensación repentina que ruge por todo el cuerpo y llega hasta los huesos.

Y no importa si no sabía cómo manejar el idioma local de la mejor manera posible; no importa si cuando hablaba con alguien de mi cultura, de la manera en que veo el mundo y de la realidad que me rodeaba, la mayoría sólo conocía la pizza, la mafia y Juventus.

Porque hay algo más y en estos cinco meses lo he aprendido. Hay algo en común que no se puede explicar, sino que sólo se puede «sentir».

Durante días he tarareado con amigos el estribillo de una canción que hace «yo no soy de aquí pero tú tampoco, de ningún lado del todos, de todos lados un poco»; he creado lazos fraternos con infinitas de personas diferentes; he compartido ideas y pensamientos sobre el mundo; he discutido sobre política bebiendo vino chileno, contado la historia de Rómulo y Remo a un curioso verdulero, he conocido a un ex agente de la CIA que me contó sobre las atrocidades cometidas durante la guerra por los militares; escuché confidencias íntimas, tan íntimas que causan lágrimas sinceras; leí por primera vez versículos de la Biblia con una linda familia de evangelistas; escuché la melodía asmática de una guitarra que no tenía una cuerda, sentado en círculo, en silencio religioso y bajo un cielo salpicado de una manta de estrellas; tomé lecciones de un sabio kakawira, el habitante de un pequeño pueblo indígena del norte de Morazán; compartí la mesa y la buena comida; dormí en la misma cama o en la misma hamaca; vi amaneceres impresionantes y puestas de sol conmovedoras; leí el dolor presente bajo el trazo entre las arrugas de los rostros de los habitantes de El Mozote mientras conmemoraban los veintisiete años de la masacre de la guerra civil que aniquiló a toda la población del pequeño pueblo y cuya cantidad de víctimas, la mayoría niños, todavía indefinida; pasé la medianoche del 31 de diciembre en movimiento, zigzagueando a través de los triquitraque que la gente lanzaba a la calle para celebrar el año nuevo y admirando las casas del centro de Gotera iluminadas por los colores de los fuegos artificiales; viajé en coche durante 18 horas para recibir un paquete de Italia (que entonces, por razones burocráticas, nunca recibí) pero que me permitió descubrir a un amigo; celebré mi cumpleaños en la playa Los Cobanos, haciendo castillos de arena y escuchando el mar que por la noche ondula bajo el efecto de la marea; visité una cueva con escrituras rupestres de más de 10 mil años de antigüedad llamada «la Capilla Sixtina del pueblo kakawira»….

Hice esto y muchas otras cosas, podría llenar un libro entero con ellas. Regresando a mi casa puede ser que fui triste, lo admito, pero siempre ganará la alegría por haber tenido la suerte de poder vivir experiencias como estas, que se han asentado en mi interior, sobreponiéndose cada vez: pero no como ropa, la ropa se puede cambiar y te pones otra cosa, El Salvador está pegado a mi piel, con tinta indeleble, como un tatuaje.

En conclusión, tres cosas.

El profesor no pudo realizar su sueño: la muerte lo sorprendió un año después de su ansiado retiro, pero puedo admitirlo porque lo he visto con mis ojos: tenía mucha razón sobre los salvadoreños.

Y no, volver a oler la buganvilla y poder verla crecer de forma salvaje me alivió un poco, pero no anuló la distancia: puedo numerar los años en mi interior. Era sólo una dulce ilusión.

Y finalmente, tendría que contestar a la pregunta ¿El Salvador es sólo violencia y crimen?, pero la respuesta podéis imaginarla.

Autor: Sebastiano Santoro. Voluntario del SCI en Consciente

Autora: Tania Porto Zubieta. Voluntaria del SCI en Consciente 2019.


Imaginaros una niña frente a un regalo instantes antes de poder abrirlo. La felicidad, incertidumbre y curiosidad que siente, eso es lo que sentía cuando me encontraba sola en el aeropuerto frente a un panel en el que ponía – Destino El Salvador.

Abrazos…
Era la primera vez que cruzaba “el charco”, la primera vez que viajaba sola y la primera vez que me adentraba a un entorno social diferente al mío. Pero el miedo de todas esas “primeras veces” se esfumaba con cada abrazo que me regalan las personas que conocía en ese camino. Las personas en el Salvador (ES) al presentarse te abrazan, como si te estuvieran dando la bienvenida a su Ser, es precioso.
Mi primera semana en Consciente fueron constantes abrazos, estos me hacían sentir cada día más en casa. Con el tiempo, me di cuenta que Consciente no es simplemente una oficina de trabajo, es un hogar para sus trabajadores, que se implican en cuerpo y alma en el cambio, así como un hogar para todos aquellos jóvenes que encontraron un espacio seguro en el que compartir risas, miedos y sueños. Como en todo hogar, dentro de Consciente se creó una familia en la cual se me integró, con amor y confianza, desde un inicio.

Creando…
Yo viajaba con algunas ideas previas pero la realidad me enseñó; “lo que nosotros consideramos que ellos necesitan, no es siempre lo que ellos realmente precisan”. Por lo tanto, cambie mis planes y me dedique las primeras semanas a acompañar a los jóvenes en sus actividades, a observar y a conversar con las personas.
Estar con los jóvenes supuso tener la posibilidad de observar el efecto que tiene Consciente sobre ellos, su deconstrucción sobre el patriarcardo, su sensibilidad hacia el medio ambiente, su implicación en el trabajo comunitario. Esto son cosas que no se pueden reflejar de forma cuantitativa sobre un informe, pero que están ahí y tienen un impacto enorme sobre la sociedad.
Lo que más me gusta de Consciente es que en toda acción implican una continuidad. Crean autonomía y no asistencialismo. Van dejando huellas por su camino, al igual que dejaron huella en el mío.
Pronto quedo claro que quería formar parte del programa de “Educación Popular”, que más que un programa, es un estilo de vida en el que cuestionamos, reflexionamos y creamos herramientas para mejorar un entorno, analizado previamente de forma crítica.

Con otro compañero y tras hablarlo con los jóvenes, creamos un taller intensivo sobre “Estrategias de la Organización”. El objetivo era darle las herramientas a los jóvenes de la Red de Educadoras y Educadores Populares para la mejora de sus funciones, pudiendo lograr así un mayor impacto de sus actividades sobre la comunidad. Trabajamos en profundidad métodos para el plan estratégico, procesos de organización, comunicación y desarrollo personal.
Los jóvenes son admirables, su capacidad de crear conocimiento, compartirlo y reproducirlo es asombroso. Son como esponjas que succionan saber, pero a la vez lo moldean a sus necesidades e intereses y eso es lo que hace tan bonito este programa, pues permite ese proceso necesario de autonomía y crecimiento.
Durante ese corto tiempo era totalmente visible el empoderamiento que sentían esos jóvenes a través de las herramientas y como las integraban y las hacían suyas.

Cosa de mujeres…
La realidad es que no es lo mismo ir como mujer a ES que ir como hombre. Mis compañeros de estancia no tenían el mismo miedo a viajar en bus solos, pensar cómo vestirse para salir de excursión a zonas más rurales y conservadoras o qué ponerse para ir a la playa, cómo actuar ante piropos incomodos en la calle, si tomar, o no, una cerveza en público, etc.
Además de ser mujer, tengo el pelo teñido de rubio (o blanco como dicen ellos) y además estoy tatuada. En ocasiones me he visto en situaciones incomodas en las que me hubiera gustado ser
invisible, pero no podía. Situaciones simples como estar en la cola de un supermercado. Constantemente eres el centro de atención, pues eres lo “diferente”. Con el tiempo, tuve que aprender yo misma a evaluar esas situaciones y también a imponerme ante esa estructura patriarcal que me estaba presionando.
Y aún así, dentro de esa desigualdad, tampoco es lo mismo ser una mujer europea que ser una mujer salvadoreña. A esta realidad le di muchas vueltas, pues como feminista me he dado cuenta que nuestros “movimientos europeos” en ocasiones silencian otro tipo de luchas que nosotras ya damos por sentado. Debatir el feminismo con mis compañeras salvadoreñas fue muy enriquecedor.
Tuve la posibilidad de visitar un recinto llamado “Ciudad Mujer”, donde se desarrolla un programa de atención integral a las mujeres en violencia de género, asistencia médica, autonomía económica, etc. Durante el 8M pude compartir ese espacio con las mujeres, donde tuve la posibilidad de conocer sus historias. Historias que me generaban impotencia ante tal injusticia, frustración ante tanto miedo, pero también mucha admiración ante su constante lucha y perseverancia.
Conocer la realidad social tan de cerca reafirmaba esa importancia que tienen programas como el de la “Educación Popular” de Consciente para la comunidad.

Colores…
El Salvador esta envuelto en colores preciosos. Los paisajes son puros y los miradores te roban la respiración por segundos. Hay ambientes tan únicos, sus volcanes, su música y su gente. Pasear por el mercadillo con un fresco en la mano y observar la venta de artesanía o como las mujeres preparan las tortillas y pupusas frente a sus casas. Hablar con el vendedor de frutas y escuchar a la mujer que transporta el pesado cubo de verduras sobre su cabeza. En ocasiones ese ambiente era interrumpido por un coche militar, donde hombres armados y cubriendo sus rostros realizaban controles, incluso frente a escuelas infantiles. A veces, también de repente una niña de tan sólo 7 años agarraba mi mano y me pedía limosna con lágrimas en los ojos. Otras veces, veías a una mujer anciana vendiendo bolsas encontradas en el suelo para de alguna forma lograr recursos. El contraste de ver lo precioso y único del país y enfrentarte a la realidad social del mismo, no siempre era fácil.
Los colores del país están marcados por una historia de lucha reciente, se ve reflejado en el rostro de las personas y en su caminar hacía una mejora de calidad de vida. En momentos quedaba tan pasmada por su belleza, que se me olvidaba su historia. Y creo que ahí, encontré una herramienta en el aprender conjunto; yo, que tenía la capacidad de sorprenderme por la belleza que ellos ya conocían podía recordársela y ellos a mí, podían enseñarme su historia pasada. Una historia en la cual también como europea formo parte de una proyección social actual de nuestro pasado colonizador.

Reflexiones…
En uno de los colegios que visité había un cartel que rezaba “La gente no es pobre por como vive, es pobre por como piensa”. ES tiene mucha riqueza en recursos tanto materiales como humanos, el problema esta en la explotación y las estructuras de poder que se han creado sobre ella. Y con estructuras de poder me refiero tanto a las que se han establecido históricamente dentro del propio país, como las que nosotros hemos creado en relación a nuestro pasado colonizador.
Mi posición y rol dentro de esa estructura de poder fue la mayor lucha que he tenido en mi estancia y lo que más impacto ha causado sobre mí, tanto personal como profesionalmente. ¿Cúal es mi rol dentro de esta sociedad? ¿Por qué venimos a “ayudar” desde fuera? ¿Dónde me posiciono yo ante las situaciones que observo?
Fueron muchas noches de debate, donde hablamos sobre supermacía blanca, malinchismo, colonialismo, etc. Debates sumamente importantes y que pienso que toda persona voluntaria que quiera realizar una estancía aquí debe de reflexionar antes de venir. Creo que el cambio esta en el propio lenguaje, así ya no digo que vengo a “ayudar voluntariamente”, vengo a realizar un intercambio cultural. En el que, como aprendemos en la “Educación Popular”, no somos portadores de todo conocimiento, sino que venimos a estar en un espacio donde compartirlo de forma horizontal.

La niña y el regalo…
La niña que os pedí imaginaros al inicio, resulta que ahora a mi vuelta ha abierto ese regalo y dentro de él ha encontrado un mundo llamado El Salvador, lleno de amor, amistad, lucha, aprendizaje, belleza y revolución. Valores que han marcado mi ser y mi futuro camino. Agradezco el aprendizaje y confianza que han compartido todas las personas de Consciente en ES y en Suiza conmigo y por darme la libertad de crear y desafiarme en ese viaje. Estoy agradecida a todas esas personas que han invertido tiempo en mostrarme la belleza del país, su historia, sus lágrimas, sus proyecciones futuras. Y sobre todo, agradezco a los jóvenes que me han acompañado y han compartido el taller, pues me han permitido formar parte de su día a día y me han dado muchas lecciones de vida, mucha felicidad, esperanza por el cambio social y energía por conseguirlo. Consciente me hizo parte de su movimiento y yo soy ahora parte de Consciente.
Gracias familia.